martes, 8 de diciembre de 2015

Cuando se abren los ojos

«¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios [...] han visto mis ojos al Rey». Isaías 6:5
Lectura recomendada Isaías 6:1-5

Algunas personas se comparan con otras y llegan a la conclusión de que después de todo no son tan malas.Están orgullosas de ir a la iglesia cada domingo, intentan obedecer los 10 mandamientos, pagan sus cuentas, ayudan a sus vecinos, y participan en los acontecimientos cívicos.

Al compararse así mismos con personas con una forma de vida inmoral, se dan una EXCELENTE puntuación. Si, en tanto que se trate de «entre manzanas», parecen aceptables. ¡Pero qué diferencia hay cuando las normas humanas se ponen en contraste a la norma de un Dios santo! Frente a Su absoluta perfección: «todas nuestras justicias [son] como trapo de inmundicia» (Isaías 64:6). Después que Isaías viera al Señor en Su trono, exclamó: «¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios... han visto mis ojos al Rey»

De la misma manera, solamente cuando el pecador se ve a sí mismo a la luz de la santidad de Dios puede ser salvo, porque no es sino hasta entonces que reconoce su necesidad de un Salvador. En tanto que crea que es lo suficientemente bueno para merecer el favor de Dios, no experimentará la bendición de la redención.  «Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia» (Tito 3:5)

Si has estado satisfecho de ti mismo y de tus  «buenas obras» y no te has dado cuenta de la necesidad de la gracia salvadora de Dios, intenta mirarte a ti mismo como te ve un Dios santo. ¡Es algo que realmente hace abrir los ojos! Te hará volver a Cristo, Aquel que vino a darte el don de Dios, que es «vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro» (Romanos 6:23)

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