...Sobre ti fijaré mis ojos. No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento... (Salmos 32:8-9)
Lectura recomendada: Salmos 32
David se sentía como nuevo. El abrumador peso de la culpa que había hecho envejecer sus huesos (v.4) había sido quitado. Había reconocido su adulterio con Betsabé y su asesinato de Urías (v.5). Y la experiencia del perdón recibido estaba más allá de toda expresión verbal, de tal manera que apremió a todo creyente que se extraviara o que cayera en pecado a orar en el acto pidiendo purificación (v.6).
Después David dijo que Dios nos conduciría con Su mirada, añadiendo: «no seáis como el caballo, o como el mulo... que han de ser sujetados con cabestro y con freno».
El salmista no estaba tratando de las decisiones personales. Estaba hablando del ojo y del cabestro como dos métodos que Dios usa para volvernos a Sí.Pueden ser ilustrados con la relación padre-hijo. Cuando un pequeño desobedece, una mirada de papá da la indicación de su desaprobación. Y un retorno rápido y sincero del niño a la obediencia renueva la certidumbre de una renovada comunión. Pero si el niño rechaza la suave reprensión de la mirada, el Padre tiene que intervenir con una palabra firme o con una mano dura.
Dios nos ama demasiado para dejarnos continuar extraviándonos en nuestra terquedad. Ésta es la razón de que Su ojo está siempre sobre nosotros.
En el momento en que nos sentimos culpables acerca de un pensamiento, una palabra, una actitud, o un acto, confesémoslo y renunciemos a nuestro pecado. Dios no quiere utilizar el cabestro, tratándonos como animales que no tienen entendimiento. Prefiere con mucho guiarnos con su mirada.
PENSAMIENTO: Cuanto más cercanos andemos con Dios, tanto más claramente veremos cómo nos conduce.
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