viernes, 4 de marzo de 2016

Ser un triunfador

Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido? (1 Corintios 4:7)


¿Sueña usted con ser una actriz o un actor famoso, una estrella, una persona diferente a las demás, un ídolo al que millones de personas admiran y envidian?

Tal vez tiene la esperanza de llegar a formar parte del círculo de seres dotados, privilegiados, conocidos a nivel mundial. Sin embargo, incluso si usted tiene grandes capacidades y ha trabajado mucho para cultivarlas, no por ello Dios deja de ser el gran dispensador de todos esos dones.
Dios es aquel a quien debemos todo, a quien tendremos que rendir cuentas.
Jesucristo evoca el futuro de un "rico" y de un "pobre" (Lucas 16:19-31). Uno había recibido mucho y había vivido en la opulencia; el otro había vivido en la pobreza y el sufrimiento. Cuando murieron, Dios hizo la diferencia entre ambos: conocía al pobre por su nombre: Lázaro. A pesar de su pobreza este hombre había creído en la bondad de Dios para recibir la gracia de la vida eterna. Su espezanza y su felicidad estaban, pues, aseguradas. Lázaro estaba en el paraíso.

El rico estaba en un lugar de tormentos porque durante su vida no había honrado a Dios, ni siquiera como el donador de los bienes que había recibido.

Ese don capital de la vida eterna, de la verdadera felicidad, solo lo recibe el que cree en el Hijo de Dios, quien murió por sus pecados. ¡Nadie puede comprarlo! Es gratuito y perfecto, porque es divino.

Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida... (Lucas 16:25)
...La dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro. (Romanos 6:23)

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