viernes, 4 de diciembre de 2015

Palabras de un joven

Él es Dios, el que formó la tierra, el que la hizo y la compuso; no la creó en vano, para que fuese habitada la creó: Yo soy Jehová, y no hay otro. (Isaías 45:18)

«Estoy a bordo de una nave espacial llamada Tierra, que gira a miles de kilómetros por hora. ¿Qué estoy haciendo en este pequeño planeta perdido en la inmensidad espacial? ¿Por qué nací? ¿A dónde voy a parar?

¿Podemos vivir sin encontrar una respuesta a estas preguntas? Sé que muchos las rechazan como si no tuviesen importancia. Pero al igual que bumeranes, vuelven a nuestra mente sin cesar, exigiendo respuestas.

Respuestas múltiples y discordantes, pues para algunos somos el fruto del azar, y nuestra vida no tiene significado ni objetivo. Pero si todo viene del azar, mis reflexiones también vienen del azar. ¿Por qué serían más justas que otras? A fin de cuentas, ya no hay nada que tenga sentido ni valor. ¿El hombre no sería más que el juguete de un destino accidental? Sin embargo, sigue actuando como si hubiese un orden en el universo, una inteligencia.

¡Invocar el azar no puede apagar mi sed de sentido! Necesito una respuesta que sea coherente con este orden en el universo, una respuesta que venga de... Dios. ¡Ahí es a dónde quería llegar! ¿Y si hay un Dios? Entonces tengo que tener un encuentro con Él.

La Biblia me dice que es un Dios que se revela, que se comunica con el hombre. Este es mi deber: escuchar al Dios que se revela. Para ello tengo que leer la Biblia; ella me dice que el sentido de la vida no lo encontraré en mí, en mis acciones, en mis compromisos con la humanidad, en mis contactos con otras personas, en mis actividades de ocio... ¡Lo encuentro en Dios! Lo encuentro en aquel que vino a revelar a Dios, es decir, Jesucristo»

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