El pecado de la piel

Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas. (Santiago 2:1)

Lectura recomendada Efesios 2:10-22

Me imagino que a la mayor parte de las personas les disgustaría ser acusadas de prejuicios raciales. A casi todos les gusta que se piense de ellos que son justos y abiertos. Pero no siempre es así, ¿verdad? Incluso los cristianos, debido a sus vacilaciones en seguir el ejemplo de Cristo, han tenido una larga historia llena de problemas étnicos.

En el siglo primero, los creyentes judíos se sentían remisos a aceptar a sus hermanos gentiles. En años recientes, la discriminación racial ha sido un tema dominante. El prejuicio puede hallarse tan enraizado que algunas veces se precisa de una tragedia para hacer ver a uno que es un error discriminar en base de las diferencias físicas.

Un artículo en un diario contaba acerca de un conductor de camión que aprendió a las malas lo cerrado que era. No le gustaban los negros, hasta que uno salvó su vida... Una madrugada, poco después de la una, su camión cisterna volcó y quedó envuelto en llamas.

Una semana más tarde estaba en su cama en el hospital llorando abiertamente, porque estaba mirando el rostro de un hombre negro que había usado su propio abrigo y sus manos desnudas para apagar las llamas que habían hecho de él una antorcha humana. Éste era un blanco que con lágrimas aprendió a mirar más allá del pigmento de la piel.

Como cristianos, no deberíamos esperar a ninguna tragedia de este tipo para abrir nuestros ojos. Debemos mirar hacia el Calvario. Allí nuestro Señor dio Su vida, no solamente por nosotros, sino por todos los hombres, de toda lengua, tribu y nación. El amplio alcance de Su sacrificio muestra Su interés hacia cada ser humano. Con Sus propias manos horadadas extiende Su amor hacia todos.

Que el Señor nos perdone si alguna vez hemos avivado el fuego de los prejuicios, para eliminar a todos aquellos por quien Él murió.