jueves, 28 de enero de 2016

El camaleón

Nadie que enciende una luz la cubre con una vasija, ni la pone debajo de la cama, sino que la pone en un candelero para que los que entran vean la luz. (Lucas 8:16)


Su nombre es familiar a los niños. Ellos saben que este animal, parecido a un lagarto grande, tiene la sorprendente facultad de cambiar de color, de tal manera que puede confundirse con el medio en el cual está. Así pasa desapercibido y escapa a sus depredadores.

La Biblia lo cita una vez en una lista de animales que los israelitas debían considerar como impuros (Levítico 11:30).

¿Qué aplicación espiritual podemos sacar de él? Dios desea que la presencia de los cristianos en la tierra sea visible. Jesús mostró el ejemplo de ello; cada vez que alguien le preguntaba sobre su identidad, respondía claramente. No trataba de pasar desapercibido; su presencia y su lenguaje interpelaban a todos.

Y nosotros, ¿somos cristianos camaleones? ¡Quizá nos comportamos de esta manera más a menudo de lo que pensamos! El mismo apóstol Pedro trató de ocultarse entre los que estaban a punto de crucificar a su maestro.

Cuando Jesús fue llevado al lugar donde lo iban a interrogar, Pedro permaneció cerca del fuego con los guardias, y su falta de valentía lo condujo a negar a aquel a quien, no obstante, amaba mucho: «No conozco al hombre» (Mateo 26:74).

Este suceso está relatado en la Biblia para ponernos en guardia. Hay multitud de lugares donde podemos ocultar que pertenecemos a Jesucristo, o bien, dar testimonio de ello: una sala de espera, una oficina, el restaurante de una empresa, una sala de profesores...

Aprovechemos las ocasiones para ser testigos muy visibles de la gracia de nuestro Dios. Jesús dijo: «Me seréis testigos [...] hasta lo último de la tierra» (Hechos 1:8)

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