viernes, 25 de marzo de 2016

El haya y la ardilla

La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría... (Colosenses 3:16)


Mientras estaba sentado bajo un haya de gran tamaño, admiraba ese espléndido árbol entre todos los demás y me decía: La ardilla, pequeño animal muy vivo y ligero, aprecia este árbol aún más que yo.

La veo saltar de rama en rama, y seguramente quiere mucho a este viejo árbol porque en alguno de sus huecos tiene su casa, las ramas le sirven de protección y el fruto de alimento. Vive del árbol, él es toda su vida: su despensa, su casa. En cambio yo tengo mi casa y mi comida en otro sitio.

Deberíamos imitar a las ardillas con respecto a la Palabra de Dios, permaneciendo en ella y viviendo de ella. Ejercitemos nuestras mentes saltando de una a otra de sus ramas, refugiémonos en ella, hagamos de ella lo más precioso del mundo para nuestra alma. Sacaremos gran provecho si ella se convierte en nuestra armadura, nuestro reposo y nuestra delicia.

Con esta comparación muy llamativa, el predicador inglés Charles Spurgeon (1834-1892) subrayó la importancia que tiene para el cristiano permanecer en “la Palabra”. Para ello, leámosla más y más, memoricemos sus enseñanzas, sus promesas y sus advertencias para luchar contra la duda, la tentación y el desánimo.

Cuanto más almacenemos esta Palabra en el granero de nuestras mentes, tanto más podremos vivirla y hacerla viva para otros.

¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra. Con todo mi corazón te he buscado; no me dejes desviarme de tus mandamientos. En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti.

Me regocijo en tu palabra como el que halla muchos despojos.
(Salmos 119:9-11,162)

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