Un ejemplo perturbador

Y cuando llegaron a las naciones adonde fueron, profanaron mi santo nombre... (Ezequiel 36:20)

Los que profesamos fe en el Dios vivo y verdadero podemos en ocasiones decir y hacer cosas que repelen a la gente, apartándola del Señor en lugar de atraerla hacia Él. Por ejemplo, los siervos de Abraham y de Lot que lucharon por las tierras de pastos fueron ciertamente un pobre testimonio a los cananeos y perezeos, entre los que vivían.

Más adelante en la historia, Ezequiel afirmaba que los israelitas, a los que Dios se había revelado de tantas maneras especiales, profanaron el nombre del Señor por la conducta malvada que exhibieron cuando fueron desposeídos de su tierra y deportados a las naciones de los gentiles.

Durante la conquista española de Méjico por Hernán Cortés a principios del siglo XVI, un cabecilla de la resistencia llamado Hatney fue capturado después de una feroz batalla, y fue sentenciado a ser quemado vivo. Después de atarlo a la estaca, sus captores le forzaron a que se hiciera cristiano a fin de que a su muerte su alma fuera recibida en el cielo. Preguntó a sus verdugos si ellos esperaban ir a aquel lugar. Al oír que sí esperaban ir, clamó, «¡entonces no me haré cristiano, porque no quiero ir a un lugar donde vuelva a encontrarme con hombres tan crueles!»

Éste es un ejemplo extremo sacado de una era bárbara de la historia humana, pero nos habla con fuerza. Por culpa de una palabra dicha rudamente, un trato deshonesto, una afirmación no veraz, una observación poco amable, o una indiscreción moral, podemos venir a ser obstáculos a la causa de Cristo.

No quiero que nada haga que ni una sola persona decida que no quiere estar conmigo para siempre. Espero que éste sea también el anhelo de tu corazón.

PENSAMIENTO: Nadie es más dañino que aquel que da buen consejo en tanto que da mal ejemplo.