...Sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. (Efesios 4:32)
En uno de sus libros, una cristiana holandesa cuenta cómo, por haber escondido a algunos judíos durante la segunda guerra mundial, fue denunciada por un individuo en quien ella había confiado. Debido a esta traición, todos los miembros de su familia fueron detenidos, unos fueron fusilados y otros deportados.
Después de la guerra, el traidor fue descubierto, juzgado y condenado. La cristiana le escribió lo siguiente:
Su denuncia ocasionó la muerte de mi padre de ochenta años, de mi hermano y de su hijo, así como el encarcelamiento de mi hermana, quien murió en un campo de concentración.
Sufrí mucho por ello, pero lo he perdonado todo recordando el perdón y el amor de Jesús por mí. Él entró en mi vida y lo hará también en la suya si le confiesa sus pecados. En la cruz del Calvario pagó su deuda y la mía.
Sufrí mucho por ello, pero lo he perdonado todo recordando el perdón y el amor de Jesús por mí. Él entró en mi vida y lo hará también en la suya si le confiesa sus pecados. En la cruz del Calvario pagó su deuda y la mía.
Más tarde, aquel hombre le respondió:
Oré así: Jesús, si tú puedes poner en el corazón de tus discípulos tal amor por sus enemigos, hay esperanza para mí.
Le confesé mis pecados; sé que me perdonó y que estoy purificado por la sangre de Jesús.
Le confesé mis pecados; sé que me perdonó y que estoy purificado por la sangre de Jesús.
Admiramos a esta mujer que, objeto del amor de Dios, quiso amar como Él. Pero, ¿qué decir del amor de Dios mismo por seres culpables como nosotros? Para poder perdonarnos, tuvo que hacer caer sobre su Hijo el castigo que merecían nuestros pecados.
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