Mas el hombre morirá, y será cortado; Perecerá el hombre, ¿y dónde estará él? (Job 14:10)
A la vera de las carreteras, en ciertos países, a menudo se ven pequeños altares o monumentos construidos con cruces, flores, fotos e incluso objetos personales para recordar a personas que fueron víctimas de un accidente de tráfico, o para expresar el agradecimiento de aquellos que se salvaron.
Que evoquen el recuerdo de un ser querido desaparecido trágicamente, o que expresen el agradecimiento de los supervivientes, esos pequeños altares también encierran un mensaje para nosotros.
Quizá, para muchas personas, solo se trata de una advertencia sobre el peligro que representan las carreteras, Pero más allá de esta advertencia a ser prudentes, existe un llamado divino. Nuestra vida terrenal, como la de esas víctimas, puede detenerse brutalmente.
La pregunta de Job podría referirse a nosotros en cualquier momento: «¿Dónde estará él?». Solo habrá dos respuestas posibles, las que nos da la Biblia: formaremos parte de los bienaventurados que «mueren en el Señor» (Apocalipsis 14:13), o estaremos muertos en nuestros pecados (Juan 8:24)
El que durante su vida haya aceptado a Jesús como su Salvador tiene la vida eterna. Para él, morir significará dormirse en la fe en Jesús y despertarse para estar eternamente en el paraíso de Dios.
Para aquel que no haya querido creer, «la ira de Dios está sobre él» (Juan 3:36). Después de la muerte vendrá el juicio (Hebreos 9:27), es decir, la separación definitiva de Dios, en la condenación eterna (Apocalipsis 20:10, 14).
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