No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles. (Hebreos 13:2)
Abraham estaba sentado en su tienda al calor del día. De repente se le aparecieron tres varones. Él se acercó a ellos y los invitó a su casa a tomar algo y a descansar. Después de una conversación con sus invitados, pidió a su esposa Sara que los atendiese diligentemente.
Por la forma de hablar de estos varones, Abraham comprendió que dos de ellos eran ángeles y el tercero era Dios mismo.
Quizá la epístola a los Hebreos haga alusión a este pasaje de Génesis 18 para animarnos a ser hospitalarios. Por medio de estos textos Dios quiere mostrarnos que Él siempre tiene preparada una bendición para los que abren su casa a los demás.
Puede ser que tengamos la costumbre de recibir amigos con los que nos sentimos bien, pero la hospitalidad no consiste solo en recibir a aquellos que nos agradan, pues somos exhortados a ejercerla sin murmuraciones (1 Pedro 4:9).
Jesús nos dice que si recibimos a uno de esos pequeños que son sus hermanos, es como si lo recibiésemos a Él mismo (Mateo 25:35,40). Nadie duda que al considerar las cosas desde este punto de vista, nos esforzaremos en recibir sin distinción a todos aquellos a quienes el Señor ama y pone en nuestro camino.
Dios sabe lo que esto cuesta, y no sólo en el ámbito material. Conoce el tiempo, el esfuerzo que esto implica para los anfitriones, a fin de que su casa sea acogedora para que los visitantes se sientan bien. Pero las fuerzas y el ánimo que Él da, siempre serán superiores al esfuerzo que pide.
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