...No hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios. (Romanos 3:22-23)
En la sala de espera de una clínica, una paciente exclamó: «He sufrido tanto a lo largo de mi vida, que me he ganado un billete al paraíso. Por eso cuando muera iré al cielo». Después empezó a contar en detalle las dolorosas experiencias por las que había pasado: numerosas operaciones quirúrjicas, terapias largas y dolorosas, la soledad, el desánimo...
Ciertamente su vida no había sido fácil. Pero imagínese por un instante un tribunal: el acusado cometió un robo. Y el juez, con bondad, perdona al culpable diciéndole: «¡Señor, usted sufrió tanto en su vida! Por eso, aunque haya cometido ese robo, yo le perdono. ¡Usted está libre!».
¿A esto puede llamarse justicia? ¡No, claro que no! Seguramente usted se enfurecería al ver que la persona que le robó a usted, fue liberada bajo tal pretexto.
Dios no es un juez injusto. Al contrario, es demasiado justo para tolerar el pecado que ve en mí, en cada uno de nosotros. Y precisamente debido a su justicia no podemos reunirnos con Él en el cielo por la eternidad. Pero, entonces, ¿qué hacer para tener ese privilegio?
La Biblia es clara: para ir al paraíso primero debo ser hecho justo ante Dios. ¿Es posible? Si, si acepto que Jesucristo llevó el castigo que merecían mis pecados. Entonces, ante Dios, soy justo. Mi deuda fue pagada, nunca más se hablará de ella, pues fue borrada.
Dios es justo, y, debido a que el Señor Jesús expió nuestros pecados, nos recibe como sus amados hijos.
Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. (Efesios 2:8-9)
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